Hace unos días el periódico La Vanguardia daba cuenta del happening que tuvo lugar en el Teatre del Liceu titulado Concierto del Bioceno a cargo de auto calificado artista conceptual Eugenio Ampudia, en él 2292 plantas fueron trasladadas a las butacas del recinto mientras un cuarteto de cuerda tocaba durante seis minutos escasos el Crisantemi de Puccini. Lejos de polemizar en demasía, cuando menos cuestionar la idoneidad de semejante acto en estos momentos en que la música en directo pasa por una crisis sin precedentes ante su paralización por la pandemia, una acción grandilocuente como muchas de las que ocurrieron en la Barcelona post olímpica que sin embargo es vista con admiración por la cronista del periódico: "Este concierto del bioceno al que estuvieron invitadas ayer lunes más de dos mil plantas, una acción de alta carga simbólica, alentada por el teatro y firmada por el artista Eugenio Ampudia ha atraído las miradas de los medios internacionales, devolviendo a Barcelona aquel aura de ciudad poética y genial que adquirió acaso en las olimpiadas, con La Fura Dels Baus o los diseños de Mariscal". Lejos de ser una acción efímera esta se ha documentado con un video y siete fotografías en edición limitada de siete ejemplares que tiene a compradores que a la vez son patrocinadores como Fundació La Caixa más alguna aseguradora y despacho de abogados, todo ello me imagino paliará la costosa logística del trasvase de unas plantas que supongo hubieran preferido asistir al concierto en sus viveros o hibernáculos.
Conste que creo que las plantas sienten la música, aunque no de la manera idealizada en que se suele representar. Lo tuve claro en un curso de cibernética en que asistí en 1982 en que señales de audiofeedback conectadas al cuerpo emitían de manera lumínica o auditiva tu estado corporal y neuronal. Este tipo de señales fueron amoldadas a a bio comunicación con plantas a principios de los años 60 por Cleve Backster en interrogatorios de la CIA como pruebas poligráficas en delitos y asesinatos en escenarios de presencia de plantas. Sus resultados fueron rechazados finalmente como pruebas pero llamaron poderosamente la atención a sectores tan dispares como la cienciología o músicos como John Cage o Pauline Oliveros que sentían incluso sin estos transmisores una energía en los cactus o los troncos de los árboles. Surge una especie de música generativa indeterminada de fluctuaciones microeléctricas alejadas de los sonidos melódicos que popularizó el libro The Sound of the Plants de Dorothy Retallack, la autora experimentó con plantas en dos espacios distintos en una se sintonizaba durante tres horas una emisora de radio con música rock y otra con música relajada, al cabo de cinco días narra como en esta última estancia las plantas crecían exuberantes y sus tallos se inclinaban hacia el aparato de radio mientras que la otra a los quince días todas sus ramas estaban caídas. Este famoso análisis, origen de mucha producción posterior new age fue calificado por el propio Cleve Backster como percepción primaria.
En esa misma época, concretamente 1976, la Mother Earth Plant Boutique de Los Angeles comienza a vender el disco Plantasia de Mort Garson, un disco hecho para que las plantas lo escuchen y que también podía ser adquirido al comprar un colchón en Sears, curioso mensaje de paz espiritual para un músico que pocos años antes había grabado como Lucifer su disco Black Mass. Plantasia es un encomiable registro de música electrónica en la línea de otros discos más orquestales que buscaban entornos de plena felicidad en torno a las plantas. De manera mucho trascendente ese mismo año la comunidad Damanhur comenzó a difundir unas grabaciones que anticipan todo el circuito new age, sonidos de la naturaleza idealizados siempre de manera idílica en multitud de discos, cds o cassettes a los que hay que añadir los últimos años gadgets como el Midi Sprout que te permite oír a las plantas o interactuar con ellas desde un sintetizador.
Este concepto ambientalista bucólico ha quedado pulverizado por músicos que perciben la naturaleza por sus estudios o profesión de manera radicalmente distinta como puede ser Francisco López en su condición de biólogo (véase por ejemplo su disco La Selva) o el ex componente de Morphogenesis Michael Prime cuyos estudios en ecología le llevaron a las fuentes de sonidos orgánicos especialmente en las grabaciones bioeléctricas de un cactus de peyote en su disco One hour as a plant. Dos herederos de estas técnicas podemos encontrarlos en México: Ariel Guzik ofrece un Concierto para plantas en Guanajuato con una instalación en que una planta está conectada por electrodos a un laúd codificando sus vibraciones en sonido dirigido a un conjunto botánico, su dibujo del boceto abre esta entrada; en otro lugar del país Leslie García con su proyecto pulsu (m) plantae varios transductores amplifican las respuestas auditivas de las plantas a ocurrencia aleatorias a su alrededor , respuestas a veces no identificables basadas en buena parte en el libro de Felix Guattari Chaosmosis.
Concierto del bioceno, Teatre del Liceu
Cleve Backster
Michael Prime y su discos One Hour As A Plant
El laúd conectado a plantas de Ariel Guzik
Pulsu(m) Plantae from empírica on Vimeo.
Christine Ödlund, Stress call of the singing nettle, señales químicas liberadas por una ortiga al ser atacada por una oruga. Fuente: Botanic Rhythms: A Field Guide to Plant Music del muy recomendable blog Sounding Out!