Un hálito de música o de sueño, algo que haga casi sentir, algo que haga no pensar.
El silencio que emana del sonido de la lluvia se extiende, es un crescendo de monotonía cenicienta, por la calle estrecha que observo.
Me creé eco y abismo, pensando. Me multipliqué profundizándome. El mínimo episodio -una alteración saliendo de la luz, la caída enrollada de una hoja seca, el pétalo que amarillo se desprende, la voz del otro lado del muro con los pasos del dueño de la voz junto a los que de quien debe escucharla, el portal entreabierto de la finca vieja,el patio dando acceso con un arco a las casas aglomeradas a la luz de la luna- todas estas cosas, que no me pertenecen, me aseguran la meditación sensible con lazos de resonancia y de saudade.
(Storm)
Sobra silencio oscuro lividamente. A su manera, cerca, entre el errar extraño y rápido de los carros, un camión truena-eco ridículo, mecánico, de lo que es realidad en la distancia próxima al cielo.
De nuevo, sin previo aviso, chorrea luz magnética, pestañeando. Golpea el corazón un breve trago. Se quiebra una redoma en las alturas, en grandes astillazos de cúpula. Un lienzo nuevo de mala lluvia agrede el ruido del suelo.
El sueño es el análisis lento de las sensaciones, ya sea usado como una ciencia atómica del alma, ya sea dormido como una música de la voluntad, anagrama lento de la monotonía.
Ese lugar activo de sensaciones, mi alma, pasea a veces conmigo conscientemente por las calles nocturnas de la ciudad, en las horas tediosas en que me siento un sueño entre sueños de otra especie, a la luz del gas, entre el ruido transitorio de los vehículos.
Fragmentos verbales de envidia, de lujuria, de trivialidad van a chocar contra mi sentido del oído. Susurrados murmullos ondulan hasta mi conciencia.
Cuando vine por primera vez a Lisboa, había en el piso de arriba del nuestro una música de piano tocada con escalas, aprendizaje monótono de una niña a la que nunca llegué a ver. Hoy descubro, por vías de infiltración que desconozco, que tengo todavía en las bodegas del alma. audibles si allá abajo alguien abre la puerta, las escalas repetidas al teclado de la niña, hoy señora diferente o muerta y encerrada en un lugar blanco donde verdean los cipreses.
Primero es un ruido que reproduce otro ruido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado de un oscilar arrastrado de los letreros de la calle. Más tarde se hace de pronto un alto rugiente del espacio, y todo se estremece, y no oscila, y hay silencio en el miedo de todo esto como un miedo sordo que ve otro miedo ya pasado.
Cantaba con una voz muy suave, una canción de un país remoto. La música tornaba familiares las palabras desconocidas. Parecía un fado para el alma, pero no tenía con él el menor parecido.
La canción decía, por las palabras veladas y la melodía humana, cosas que están en el alma de todos y que nadie conoce. Él cantaba con una especie de soñolencia, ignorando con la mirada a los oyentes, en un pequeño éxtasis callejero.
Lisboa por Eli Latar
Hasta aquí una selección de extractos del Libro del Desasosiego de Fernando Pessoa, en que el sonido, el silencio, lo audible casi imperceptible y la música casi somnolienta, se impregnan en el mundo de Pessoa a través de un ambiente de tedio e indiferencia bajo un continuo desiderátum de aislamiento. Para narrarlo utiliza como es frecuente en su obra un heterónimo en este caso Bernardo Soares a quien conoce en un pequeño restaurante y comparten su interés en la revista Orpheu, que contaba de hecho con Pessoa como colaborador.
Para finalizar una ilustración musical en la plataforma en red de Disquiet, que recientemente ha recopilado unos temas de sonidos de Lisboa, LX(RMX) reconstruídos e inspirados en otro de los heterónimos de Pessoa como es Alvaro de Campos y que cuenta con otros de Steve Roden, Pedro Tudela o Robin Rimbaud. Años atrás el manipulador y ensayista sonoro Brandon LaBelle también hizo un trabajo en cassette basado en el Libro del Desasosiego.