La reciente aparición del libro Barcelona Freak Show de Enric H. March constituye uno de los trabajos más exhaustivos de la historia de Barcelona, centrada en este caso en las barracas de feria y espectáculos ambulantes desde el siglo XVIII hasta 1939. A través de sus seiscientas páginas un recorrido por los márgenes del mundo circense, exóticas colecciones zoológicas, exhibiciones de deformaciones físicas, genéticas, enanos y gigantes, faquirismo o diversas manifestaciones de la medicina como espectáculo; muestras que como indica el autor hoy no estarían permitidas y rarezas que hoy ya no lo son. Una conjunción de lo miserable con lo excéntrico que se alternaban en espacios más distendidos, lugares como La Rambla, Ciutat Vella, Paral-lel, Tibidabo o el desaparecido Saturno Park nuestro Coney Island local cuyas fotos que se conservan muestran un fascinante mundo al que ya acudí en la entrada dedicada al libro Ferias y Atracciones de Juan Eduardo Cirlot, uno de los antecedentes de este libro como también lo podría ser libros y artículos de Xavier Theros, Sebastià Gasch o Lluís Permanyer.
Es muy interesante la aparición en estas barracas de inventos como los rayos X, el cinematógrafo o los neoramas y cosmoramas, pero quizá lo que más me ha atrapado son las crónicas en que relatan el estruendoso ruido de la algarabía de gente mezclado con el de los diferentes artilugios como los órganos mecánicos que acompañaban las entradas flanqueadas por figuras de tamaño natural o máquinas de vapor que accionan las figuras de cera. A este respecto y situándonos en ferias de años posteriores personalmente nunca he olvidado de mi infancia la atracción que me provocaba una carpa circular grandiosa de donde emergía un ensordecedor ruido de un motorista girando constantemente haciendo acrobacias, el verlo ya en el interior producía una sensación absolutamente hipnótica cuyo sonido aún te reververaba después al visitar el tren de la bruja o los autos de choque ambientados con éxitos de la época. De estas crónicas que recoge el libro destacaría esta del crítico literario Josep Yxart en La Ilustración Artística muy en la línea de Ernesto Giménez Caballero tanto en sus escritos como en su película Esencia de Verbena y también de los cuadros de Maruja Mallo:
Harto saben los desdichados vecinos de estos teatrillos populares, que nada iguala en cacofonía a sus estruendososas orquestas; harto conocen los transeúntes, que nada es comparable al abigarrado colorido de aquellas fachadas y a la vertiginosa animación de los alrededores. Precede, por lo general, al barracón propiamente dicho, un vestíbulo lujoso y de pintarrajeadas tablas, que tendrá las dimensiones de un cajón volcado. Corónale una batería de luces de gas; le adornas por fuera y por dentro grandes anuncios con letras de colores y contiene infaliblemente un piano u organillo de manubrio, un par de figurones que a lo mejor llevan en las manos un cartel de precios en cifras colosales y una mesita con tapete, que sostiene el cepillo de las entradas, entre dos puertas en el foro que cubren holgadas cortinas de terciopelo...pelado.
Cuando suena la hora de la función o llega la de mayor concurrencia o en las tardes de domingo se requiere a todo trance llamar la atención del respetable; todo aquel abigarrado conjunto se estremece sacudido por violentas convulsiones y rompe la singular orquesta en estruendosa cencerrada. Como si todo fuera movido por oculta y poderosa máquina - qué a la vez se descompusiera estrepitosamente con espeluznantes chirridos o derrumbándose con rotura de cristales sobre montón de hierro viejo-, se ponen a brincar de golpe los figurones con los brazos colgando, el mono que se rasca y la cotorra que aletea y a veces el cobrador en la taquilla, al tiempo que el manubrio da vueltas arrancando a las teclas sus discordancias y retumba el bombo y voltea la campana y vibran los platillos. Todo baila, todo se mueve como todo ensordece con sonidos de aquelarre...Y este movimiento que es música a la vez, se propaga por contagio de uno en otro barracón.
Este tipo de barracones tuvo también una considerable exhibición de ballenas como una datada en 1832 cerca de la calle Nou de Sant Francesc donde se mostraba una de más de treinta metros de longitud acompañada con trescientos animales disecados. Presentada con valor científico, esta no escapaba a su uso como espectáculo haciéndola todavía más atractiva con visitas nocturnas de luz de gas y música en directo con un grupo de músicos ciegos dentro del vientre de la ballena. La destreza musical de personas con minusvalías o singularidades y alteraciones físicas les hizo posible sobrevivir de alguna manera es el caso de mujeres barbudas tocando el órgano como Bárbara Urselin (segunda ilustración de la entrada), orquestas de liliputienses como la Singer que llegaron a tocar en el Teatro Circo Olympia de la Ronda de Sant Pau o hermanas siamesas tan afamadas como Daisy y Violet Hilton a quienes se les puede ver en la película Freaks de Tod Browning, reflejo absoluto de todos estos elencos feriantes.
Portada del libro en la que se vé al faquir Sunahya llegando a la Estación de Francia facturado en el equipaje