La pasada estancia en la isla de Tenerife me ha hecho pensar en varias ocasiones en la relación de su impresionante paisaje con muchos de los artistas canarios que he admirado y seguido con gran interés, con algunos de ellos incluso tuve la satisfacción de tratarlos a mitad de los ochenta como es el caso de Pedro Garhel y José Mesa-Mataparda. Me centro en este último de quien hace tiempo quería hacer una entrada de su cassette El Monte de la soledad publicada en 1985 por la que siempre he tenido una especial debilidad, miniaturas de pop naif y surrealista muy cercanas al Commercial Album de los Residents cuyo colorista formato gráfico contrastaba en gran parte con toda la linea habitual de la estética industrial de gran parte de la cassette network.
Años más tarde supe de su alejamiento del mundo musical para centrarse más en el mundo del comic y la fotografía donde se puede encontrar gran parte de su interés de preservar y documentar el patrimonio de la isla a través de un caminar pausado que permita vislumbrar mejor la morfología de un paisaje impenetrable que abarca tanto zonas que agonizan en tránsito a la desparición o manifestaciones locales mucho más lúdicas, una prospección muy cercana a la que realiza otro artista y músico local como es Atilio Doreste. Quien quiera profundizar más en su obra es recomendable visite su blog Liferfe.
Para esta ocasión me gustaría centrarme en un libro de él que he descubierto inesperadamente en este viaje, Mi viaje con Ledru, publicado en 1991 muestra una serie de fotografías basadas en el viaje que el naturalista francés André Pierre Ledru efectuó a la isla en 1796 después de haber encallado su barco en el mar. Las fotos corresponden a un periodo en que utilizaba rancias cámaras fotográficas y de juguete casi en consonancia con su instrumentación musical y sus imágenes alcanzan una dimensión focal cercana a Joan Fontcuberta a quien tuvo de profesor en sus años de aprendizaje en Barcelona. El propio autor nos lo describe así: Este trabajo fotográfico no pretende más que seguir los pasos de Ledru e intentar recrear fotográficamente Tenerife en 1796. Lo ideal sería un viaje en el tiempo: todo lo que uno podría fotografiar sería 1796, pero aún hoy, si seleccionan los puntos de vista y los encuadres podemos ver fragmentos de realidad que no han cambiado sustancialmente en doscientos años. Confieso que me he dejado envolver por un sentimiento de nostalgia, de lo misterioso y oscuro, También he preferido ver la belleza de lo árido, lo volcánico, lo caótico. Una isla más salvaje y dura.
Quisiera agradecer a los responsables de conservación del TEA de Santa Cruz de Tenerife la cesión de este libro después de la decepción de no poder ver sus obras en la admirable colección de fotografía, una decepción unida a la absurda e injustificable sorpresa de no poder ver expuesta ninguna de las obras de Oscar Dominguez, núcleo fundacional del museo, auténtico estandarte del surrealismo y antesala de toda la vanguardia canaria posterior. Para paliar nuestra decepción nos dejaron visionar sus obras además de algunas de Ildefonso Aguilar y Manuel Millares en los depósitos del museo, un privilegio al que repito estamos agradecidos pero que sería innecesario ante la normalidad de que estas obras estuvieran permanente expuestas para apreciar el amplio legado de la experimentación canaria cuyo otro centro de visita obligada como es el Museo Eduardo Westerdahl en el Puerto de la Cruz está cerrado sin que el propio museo avise de semejante incidencia, otro contratiempo para cualquiera que incluya estos puntos como visitas obligadas a la isla y no como sustituto de un día lluvioso que sustituya a la playa.
Güímar
Taganana
Granadilla
Buenavista del Norte
La Matanza
Vilaflor
Adeje
Para esta ocasión me gustaría centrarme en un libro de él que he descubierto inesperadamente en este viaje, Mi viaje con Ledru, publicado en 1991 muestra una serie de fotografías basadas en el viaje que el naturalista francés André Pierre Ledru efectuó a la isla en 1796 después de haber encallado su barco en el mar. Las fotos corresponden a un periodo en que utilizaba rancias cámaras fotográficas y de juguete casi en consonancia con su instrumentación musical y sus imágenes alcanzan una dimensión focal cercana a Joan Fontcuberta a quien tuvo de profesor en sus años de aprendizaje en Barcelona. El propio autor nos lo describe así: Este trabajo fotográfico no pretende más que seguir los pasos de Ledru e intentar recrear fotográficamente Tenerife en 1796. Lo ideal sería un viaje en el tiempo: todo lo que uno podría fotografiar sería 1796, pero aún hoy, si seleccionan los puntos de vista y los encuadres podemos ver fragmentos de realidad que no han cambiado sustancialmente en doscientos años. Confieso que me he dejado envolver por un sentimiento de nostalgia, de lo misterioso y oscuro, También he preferido ver la belleza de lo árido, lo volcánico, lo caótico. Una isla más salvaje y dura.
Quisiera agradecer a los responsables de conservación del TEA de Santa Cruz de Tenerife la cesión de este libro después de la decepción de no poder ver sus obras en la admirable colección de fotografía, una decepción unida a la absurda e injustificable sorpresa de no poder ver expuesta ninguna de las obras de Oscar Dominguez, núcleo fundacional del museo, auténtico estandarte del surrealismo y antesala de toda la vanguardia canaria posterior. Para paliar nuestra decepción nos dejaron visionar sus obras además de algunas de Ildefonso Aguilar y Manuel Millares en los depósitos del museo, un privilegio al que repito estamos agradecidos pero que sería innecesario ante la normalidad de que estas obras estuvieran permanente expuestas para apreciar el amplio legado de la experimentación canaria cuyo otro centro de visita obligada como es el Museo Eduardo Westerdahl en el Puerto de la Cruz está cerrado sin que el propio museo avise de semejante incidencia, otro contratiempo para cualquiera que incluya estos puntos como visitas obligadas a la isla y no como sustituto de un día lluvioso que sustituya a la playa.
Güímar
Taganana
Granadilla
Buenavista del Norte
La Matanza
Vilaflor
Adeje
Cara B de la cassette de Mataparda Liferfe, autoeditada en 1988, última de su producción
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