jueves, 8 de mayo de 2014

DANIEL SEDCONTRA La música industrial y el mal



A mediados de los años ochenta Maurizio Bianchi, poco después de publicar su disco Armaghedon, decidió retirarse de su actividad musical después de una ingente producción de grabaciones en muy poco tiempo, al convertirse en testigo de jehová y alertó de los peligros y males, que según él, podían contener la llamada música industrial. Más o menos por las misma época se distribuyó una carta enviada a diferentes músicos y sellos en que alertaban de la filiación o simpatía de varios componentes de esta escena y el mal que hacíamos en difundir este tipo de artistas. Sirva esto como introducción a un extenso artículo que Daniel Sedcontra escribió en la revista Marabunta con el título de La música industrial y el mal, que me gustaría recuperar en este espacio.

Para Daniel es importante destacar de entrada que estamos hablando de un género claramente extra-musical, uno de los más transgresores que han habido, cuya radicalidad sónica y sus imágenes de shock marcaron un avance necesario al nihilismo punk, esta cultura del límite es enumerada por el autor en cuatro facetas: El mal moral, espiritual, político y musical.

Performances como las de Coum Transmissions, videos como el Despair de SPK o acciones como el Blind Date de John Duncan o las obsesiones de Whitehouse por los asesinos en serie tuvieron en George Bataille un precursor y muchas de estas formaciones citan a otros ensayistas o filósofos como influencias, Deleuze o Foucoult en SPK, Cioran en el caso de Asmus Tietchens, toda esta imaginería es así analizada en el artículo:

Todo lo que pudiera haber de original y verdadero, de auténticamente subversivo, en esta imaginería del horror criminal, pronto degeneró -con la llegada de las siguientes hornadas de bandas industriales, y en particular con la aparición de numerosos epígonos que le salieron a Whitehouse (sobretodo en Japón y en USA) -en fetichismo infatiloide. Esta es la perversión del sistema capitalista: su capacidad de absorber todo lo que le opone, capacidad de asimilar y hacer suyo lo que lo contradice e impugna, y en suma, de normalizar la anomalía, a costa de su domesticación. Sólo es cuestión de tiempo, tiempo de asimilación es lo que necesita el sistema. La música industrial también terminó por convertirse en objeto de consumo -sea en la reedición normal en CD, o bien en la forma de ediciones especiales de tiradas limitadas (que combinan consumismo y elitismo), por no hablar de los precios astronómicos que alcanzan algunos de sus viejos vinilos-. No es de extrañar pues que una música/subcultura nacida realmente en los márgenes terminaran por sufrir su específico proceso de mainstreamización, y que muchos de sus contenidos se vieran sometidos a una suerte de estandarización semántica, es decir fueran convertidos en meros estereotipos. El serial killer pasó de la categoría de monstruo moral a la de ídolo pop, hasta el punto de que actualmente cada asesino en serie tiene su propio panteón en la red.

Tras abordar el mal espiritual a través de las bandas que avanzaron por los territorios esotéricos de Crowley y oscuro decadentismo llegamos al mal político con su totalitarismo y sus derivaciones gótico-militaristas para llegar finalmente al mal musical, ciertamente en este aspecto no se le puede negar una gran valía a la música industrial pues estamos hablando de la recuperación de postulados del ruido futurista, música concreta y electrónica rescatándolos de estancadas élites artísticas y que ha mutado después en campos como el rock o el tecno hasta nuestros días, aunque en muchas ocasiones de manera más que banal; acudimos de nuevo al artículo:

Aquella imaginería deliberadamente feísta, hiriente y low-fi ha devenido marca de fábrica estética, neosiniestrismo visual, forma que ha perdido por el camino su espíritu original. En un mundo postindustrial, lo industrial se revela como el último de los humanismos, y el mal como el último de los romanticismos.  Después: alienación sistemática en una realidad devenida simulacro producido por las instituciones, autismo, vida anestesiada y neurosis. Después: repetición de lo mismo pero sin lo mismo, apropiación y domesticación por parte de la polimorfia capitalista de todo aquello que una vez le fue refractario. Agotadas ya todas las transgresiones, cumplido el itinerario por el mal, no queda más que pensar que los espacios de libertad se encuentran en la anormalidad y el anonimato. Musicalmente ¿regreso metadiscursivo al formato de canción como a lo más radical y perverso?... 

Este último interrogante se puede aplicar también a la trayectoria musical de Daniel Sedcontra, trás haber comenzado en el duo Oscar Abril Ascaso+Sedcontra en 1990 con un sonido abrasivo de loops y apropiacionismo, que solo puede encontrarse en una cassette que se autoeditaron con una atractiva envoltura artesanal, en la memoria de los que acudimos a algunas de sus  agitadas actuaciones o de sus programas en Radio PICA. Agotada esta línea en 1996 reaparecerían mucho más tarde sorprendentemente abrazando a la chanson con textos de filosofía francesa y en la actualidad Daniel Sedcontra nos lo encontramos como cantante de Por Qué Jeanette en que las canciones Jeanette son reinterpretadas con todo un respeto y rigor que les aleja de cualquier freakismo previsible para algunas audiencias. Semejante propuesta no es tan disparatada y podría emparentarse por ejemplo con el single de la cantante Dorothy que editó Throbbing Gristle en Industrial Records o el pop mayoritariamente de voces femeninas que han marcado tanto a Boyd Rice.

Para acabar recordar que Sedcontra actuará el póximo 23 de Mayo en El Antic Forn de Vallcarca junto a Evil Moisture en el último de los conciertos del ciclo Ornament que organiza Anòmia, quienes tienen previsto la edición de material inédito del dúo.

Versión completa del artículo original en este enlace.

                                                          Maurizio Bianchi Armaghedon





                                                         Oscar Abril Ascaso+Sedcontra



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